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Número:45 | Fecha: Febrero 2006
 




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Maestra gris

 

En la pobre escuelita del suburbio

donde asisten misérrimos alumnos,

niños de risa triste y pies desnudos,

se oye la voz, que es un lejano arrullo,

de una maestra suave como el musgo.

 

Despierta al alba y al claror confuso

del día, eleva siempre el ruego suyo:

—Ya sabes por qué brego y por qué lucho;

en afán de enseñar yo me consumo.

Haz tú, Señor, que mi lección dé fruto

Y no se vuelvan mis palabras humo.

 

Era delgada y fina como un junco;

fea, insignificante, el cuerpo mustio;

fin familia ni hogar; los ojos húmedos;

nadie escuchaba su llorar nocturno,

ni alentaba su paso en el crepúsculo.

Iba calladamente por el mundo,

sola, abnegada, sin laurel de triunfo;

hormiga envejecida en el estudio.

 

Su voz fue un hilo de agua y un susurro,

luego fuente y después, raudal fecundo.

 

Siempre enseñar era su sueño, ¡el único!

De románticos besos nunca supo

y el claro jardín del plenilunio

no palpitó su corazón a dúo.

 

Era su vida cual vacío búcaro

en el que no brillaron en tumulto

rosas carnales de matiz purpúreo.

 

Nadie la amó y un hijo nunca tuvo;

pero estéril no fue, pues ella pudo

cernir la luz, en el abierto surco

del más humilde corazón obscuro.

 

Maestra gris, ya te ha llegado el turno

de ir a donde te den el pago justo.

¡Qué importa que por ti no lleven luto,

ni haya una rosa blanca en tu sepulcro,

y aquel discípulo, que fue tu orgullo,

no conserve de ti recuerdo alguno,

si dejaste en su mente un rastro fúlgido

y a su alma diste el inicial impulso

para lanzarse a conquistar el mundo!

¡Has cumplido un deber santo y profundo!

No fue inútil tu vida de infortunio;

tu tierno y fino laboral oculto

alguna vez reventará en capullos,

y en la milpa arderán jilotes rubios,

y en el verde pomar soles maduros.

 

¡No hay matorrales en el monte bruto;

ya entró el arado en los terrones duros;

ya es dócil barro pensamiento rudo!

 

¡Maestra gris, has hecho hombres futuros:

un haz de anhelos nuevos y de rumbos!

 

Manuel Michaus Marroquín

 

 

Para el pórtico de una escuela

(Fragmento)

 

En este plantel no cruce los umbrales

quien venga aquí con fines comerciales;

quien venga por cumplir, o por rutina,

o por ganar tan sólo su jornal,

y no comprenda la misión divina

que es el noble ejercicio de enseñar.

 

El profesor que a su trabajo no ama

el lacio, o de indolente caminar

que nunca ha ardido en la sagrada llama,

que devuelva sus pasos hacia atrás.

 

No cunde una labor sin alegría.

Siempre estéril será el trabajo nuestro

sin amor, sin calor, sin fantasía;

debe traer al aula el que es maestro

un entusiasmo nuevo cada día.

 

Manuel Michaus Marroquín

Manuel Michaus Marroquín

Poeta y músico mexicano contemporáneo, nacido en Querétaro, autor de México Melodioso y Poemas Alucinantes (libros de versos), además compilador de El Galano Arte de Leer, una selección de lecturas literarias para educación básica. Compuso gran cantidad de melodías, ritmos y letras para canciones infantiles de jardines de niños, de música y letra de otras muchas canciones inéditas; ganador de la Flor Natural en los juegos Florales de Querétaro en 1956, y profesor de teatro, lengua y literatura castellanas, en la Escuela Nacional para Maestros.

 

 

Año 4 Num. 45 Fecha de publicación: Febrero de 2006

 


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