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Número:47 | Fecha: Abril 2006
 




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The Wall, la sociedad hecha muro

 

 

Martín Real

The Wall (La Pared o El Muro), es una película en la cual su director, Allan Parker, pone imágenes a las letras del álbum grabado en 1979 por la banda británica (podría decirse de rock progresivo) Pink Floyd. El nombre del álbum es precisamente “The Wall”, y con excepción de cuatro piezas de un total de 26 canciones, éstas fueron escritas por el vocalista de la banda Roger Waters quien en sus letras vertió su biografía, es decir, sus traumas personales, sus miedos, sus inquietudes, sus sueños así como la problemática de la Inglaterra de los años 70.

En este álbum, Waters nos presenta la interpretación de sus conflictos mentales que el mismo hace a la luz del psicoanálisis, observación profunda y sincera hacia el interior de sí mismo y las circunstancias que lo moldearon y que siguen teniendo una ingerencia ya como músico en la cúspide.

Lo anterior podría parecernos el clásico conflicto del artista frente a los convencionalismos de su sociedad, y no obstante que la narración de película y álbum se guíen por el sufrimiento de un mismo sujeto, en este caso el sufrimiento de un músico poeta desde su orfandad temprana; The Wall al situar al personaje en contextos históricos específicos, nos va dando claves para vislumbrar el origen o causa de ciertas expresiones sociales nocivas, que tienen lugar en los tiempos que hoy corren: intolerancia, racismo, apatía o nihilismo entre otras más.
“Papá voló cruzando el océano, dejando sólo un pequeño recuerdo, una foto en el álbum familiar ¿Qué más me dejaste papá? Al final sólo fuiste un ladrillo más en la pared”.

Este es el comienzo de la canción “Otro ladrillo más en la pared” parte I, y es el reproche de un niño a su padre quien se fue a la guerra y ahí perdió la vida, como tantos otros, pudiendo hacer algo más provechoso con ella.

Ahora bien, la Segunda Guerra Mundial dejó millones de huérfanos y viudas, niños que crecieron sin la protección y modelo que es el padre, así como mujeres que se marchitaron trabajando para su prole, parecería que la simple llegada de una nueva generación es señal de supura o cicatrización pero no es así de sencillo, pues como dice el sociólogo Max Weber, hay una herida abierta, un encono, “La vida se desarrolla fuera de sus carriles, ni paz ni guerra sino algo que participa de ambos.”
“Se apagaron las llamas pero el dolor continuó…”

Se nos dice en la canción “Adios cielo azul”, esos enconos, aquellas heridas que deja la guerra, no se curan con medallas y diplomas al valor entregadas a la viuda y a los huérfanos, por tanto, dice Weber, en la herida abierta de la sociedad podemos encontrar un “desorden larvado”. Un gusano, que en los años 70 cobra forma de masas de jóvenes adictos a la adrenalina, hordas de jóvenes saqueando comercios, brigadas rojas, cuadrillas de skin heads, holligans, etcétera.

Y en la canción “Corre como el diablo”, una de las pocas piezas donde el excelso guitarrista David Gilmore participa como letrista y cantante se nos dice:
“mejor maquíllate la cara con tu disfraz favorito, con labios abotonados, ojos ciegos, redonditos”.

Labios abotonados, porque nadie quiso abrir la boca para decir por ejemplo: pastor, oficial, magistrado, candidato, locutor o simplemente “vecino, su discurso es un discurso racista, intolerante.” Y ojos ciegos, redonditos, porque nadie quiso ver los brotes de esa intolerancia.

Ciega y sorda son las características principales de una pared o un muro, y si bien nos protege de potenciales enemigos, también nos aísla, nos impide escuchar al otro, conocerlo.
Ahora bien, una pared se compone de cientos, miles o millones de bloques o ladrillos todos estrictamente idénticos, homogéneos, cualquier pieza distinta, que como constructor acepte, pondrá en riesgo lo erigido, lo construido, mi ladrillera se encargará de fabricar bloques perfectamente homogéneos, tenemos entonces que para Roger Waters, la primera y mejor fábrica de elementos despersonalizados, sin características propias, es la escuela como se nos muestra en escenas de “Otro ladrillo más en la pared”, parte II, fragmento del filme que le dio la vuelta al mundo por ser un severo ataque a dicha institución y a la figura del maestro.

 

Para Waters la escuela es sólo una fábrica de masa, de sujetos en serie ya que en ella desde que son niños, se les enseña y premia por repetir pero en cambio se les reprueba y castiga por innovar, por crear, como cuando el profesor de la película sorprende al niño Pinky (Waters en su infancia) escribiendo poemas, no contento con evidenciarlo frente al grupo, el profesor da un reglazo en la mano al niño pues en Inglaterra el castigo corporal es una prerrogativa del maestro.
“No necesitamos nada de educación. No necesitamos nada de control de la imaginación. ¡Hey maestro! Deja a tus alumnos pensar”.

Las escenas de Allan Parker no dan tregua para esta letra: El colegio de Pinky se convierte en una gran nave industrial donde se ven las sombras de gigantescos engranes y martillos, el profesor se convierte con todo y toga en un capataz que va más allá de ordenar a sus alumnos que repitan la lección de aritmética.

También los obliga a formar filas y a marchar parejos, los alumnos ya no tienen rasgos faciales, ahora llevan el disfraz alisado con labios abotonados y ojos redonditos, ya no tienen voluntad, se conducen como autómatas siguiendo la voz del maestro quien los lleva hacia una banda mecánica que los arroja, sin que pierdan su rigidez, en el cono de una gigantesca máquina de moler, como las que se usan en las carnicerías, niñas y niños, rubios y morenas; son transformados por el profesor en homogéneos churros de carne molida que la máquina arroja.

Esta despersonalización, esta pérdida del carácter, serán un miedo constante a lo largo de la obra, es una preocupación real no sólo como artista, creador, lo que implica originalidad, sino también como ser humano, pues la historia nos enseña que en masa, en borregada, estamos a expensas de que un líder mesiánico venga a manipularnos, a excitar nuestras ganas de buscar a un culpable de nuestra condición.

The Wall nos enseña que en masa nos dejamos conducir y contagiar fácilmente, ya no para pelear contra una amenaza real como lo fue Hitler, sino para violar mujeres, linchar negros o asiáticos, golpear a fans del Manchester o Liverpool, ser más zorra y putilla de lo que sola o por separado podría serlo una chica, en fin, “Encender luces, tirar bombas, conquistar corazones, causar sinsabores, emborracharse, psicoanalizarse, no comer, no dormir…”, etcétera; como nos dicen en la canción “Espacios vacíos.”

 

Pero esta lucha por superar ese espíritu gregario no esta exenta de angustia, al contrario, pertenecer al grupo siempre es importante, ser aceptado siempre será agradable, por eso en la obra encontramos que al artista se le hace un juicio donde intervienen como acusadores el profesor de Pinky, que le dice al juez:
“Siempre supe que acabaría mal, si me hubieran dejado yo lo hubiera moldeado a latigazos pero me ataron las manos. Los piadosos y los artistas se lo permitieron todo”.
“Loco, estoy mal de la cabeza, loco, ido del mundo.”

Esto es lo único que el acusado dice, después llega su esposa a la que el personaje no atendió debidamente en la cama, por estar metido en su autismo.

El juicio continúa cuando entra la madre del acusado, una mujer castradora que en su condición de viuda de la guerra crió a su hijo de la forma más fácil, la prohibición y el miedo al mundo externo
“Ven con mamá mi niño. Mi lord, nunca quise que se metiera en problemas”.

Los brazos gordos y gruesos de esta madre aprensiva se convierten de pronto en murallas que aprisionan y asfixian al acusado. Para esto, el juez es un gusano que tiene boca en forma de ano con colmillos, dice que no concibe como alguien puede hacer sufrir a los demás por querer ser él mismo y sentencia
“Derriben la pared. Esta es la sanción por querer ser diferente. Te condeno a estar expuesto a los demás. Derriben la pared. Derriben la pared”.

Lo que en esa sociedad regida por lo putrefacto es un severo castigo, en realidad viene a significar para el sujeto acusado una consagración, un triunfo máximo del ser, del espíritu ya que su virtud se alzó dentro de la borregada.

La última canción con que concluye The Wall se titula “Fuera de la pared” , la cual es la superación de esa angustia por oponerse al rebaño, superación lograda al darse cuenta el acusado que en sus esfuerzos no estaba solo, por lo contrario, él puede ver a otras personas alejándose de la masa “Muy solos o en pareja, los que te quieren de veras se pasean más allá de la pared…algunos vacilan o se doblegan, después de todo esto no es fácil”.

 

 

Año 4 Num. 47 Fecha de publicación: Abril de 2006

 


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