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Los albores del realismo literario
El género picaresco, una dimensión espacial
Del Tormes a la cojera del diablo
Miguel Guerrero
Existen aspectos que son innegables a la historia literaria y han sido injustamente sepultados por visiones superficiales al entender del propio conocimiento y lenguaje. Uno de estos tópicos es el desarrollo del realismo en las letras, noción que ha sido negada a obras fundamentales como las novelas picarescas, quienes representan uno de los antecedentes más fieles a este movimiento y cuya importancia ha sido desvalorada.
Este descuido tiene que ver con cuestiones geográficas como el “pequeño contexto“ y la clasificación oficialista del realismo (ya existente en la literatura) a mediados del siglo XIX, con grandes autores como Flaubert, Pérez Galdós o Zola. Sin embargo, el género pícaro, por características propias, exige su papel protagónico en la pléyade realista.
Desatendiendo un poco las causales del olvido a las obras picarescas, resulta significativo apuntar el papel trasgresor que juega este movimiento como reacción contra la novela de caballerías y el género pastoril. Pues, a diferencia de estos géneros, el pícaro representa una dimensión espacial, espiritual y lingüística más cercana a la realidad española del Siglo de Oro; es decir, representa la vida a la sombra de la España gloriosa, con sentido de pesimismo y sarcasmo a la miseria moral y material.
Y es en estos conceptos negativos en donde radica su grandeza; el lenguaje cotidiano como discurso social, expresado en frases de sabiduría popular; el desarrollo de una historia sin episodios épicos, contraponiéndose al género de caballerías; la utilización de la comicidad y sátira para contar los “menesteres” de los personajes; así como la búsqueda, por los protagonistas, de la aventura y felicidad que no llega.
Atención especial merecen los juegos de lenguaje que se realizan en El Lazarillo de Tormes, el Diablo Cojuelo, Guzmán de Alfarache o El Buscón, donde se utilizan diminutivos en tono burlesco para sus personajes y acciones.
Asimismo ocupa un lugar especial el folclor, propio de la estética barroca en que surge; las costumbres populares y vicios como figuras peyorativas. Es decir se recobra un sentido más cercano de la realidad.
Los temas en la obra picaresca se basan fundamentalmente en contar de forma autobiográfica las desventuras del protagonista en turno, llámesele buscón, cojuelo o lazarillo en su vagabundeo por el propio andar de la vida. Esta figura adquiere la connotación de “pícaro”, cuyo significado, de acuerdo con J. Corominas, viene de “picar” y es utilizado en obras anteriores a 1555, época en que se inaugura el género con la publicación de La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades (Anónimo), para nombrar a los rotos y mal vestidos. Como consecuencia, el personaje por naturaleza es un marginado social, alguien que busca abrirse paso ante las penurias y adversidades.
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Sin embargo la forma del pícaro adquiere su matiz particular, de acuerdo a la obra a la que se refiera; en el Lazarillo, el personaje es vagabundo pero inocente y falto de malicia (roba por necesidad, pasando de amo en amo) y en tanto a obras como La vida del Buscón llamado Juan Pablos (de Francisco de Quevedo) y Rinconete y Cortadillo (de Cervantes Saavedra), el carácter es más bellaco y sombrío, cargado de una osadía mayor.
En el caso de El Buscón, existen hechos evidentes que lo llevan a la corte y después a la cárcel; y en Rinconete y Cortadillo, se demuestra la desfachatez en los diálogos, como aquél en que Diego del Rincón se dirige a Pedro Cortado: ¿Es vuestra merced por ventura ladrón? Quien responde: Sí, para servir a Dios y a las buenas gentes, no de los muy cursados, que todavía estoy en el año del noviciado.
Otro factor importante, es la noción del vagabundeo y la holgazanería como una constante en el actuar de los personajes de la novela picaresca, como también es el pillaje, la travesura, astucia, bribonería, ingenio, comicidad, simpatía y sinvergüenza que los caracteriza en su alma festiva y burlona. Cada personaje adolece de algo, con rasgos propios, como la misma patria hispana. Es decir, poseen ese menester y adquieren metafóricamente un nombre, Lázaro, es valga la redundancia, un lazarillo, que conduce amos, que pareciera tienen una forma especial de ceguera, aunque sólo en uno sea manifiesta.
El Buscón, es un personaje que pertenece a la vida “buscona” o barata, se deja hilvanar por la seducción de la malicia, aunque al final culmine con la esperanza de embarcarse a Indias (América), situación similar experimentan Rincón y Cortado por el pillaje, en la obra de Cervantes. Un caso excepcional lo representa Don Cleofás y el propio Diablo Cojuelo, en la obra de Luis Vélez de Guevara, quienes a través de su cojera (denotada en el diablo y en Cleofás a su modo) la manifiestan como un vicio o mala costumbre a través del caos y esa oscuridad que presentan, asimismo persiste la idea de lo grotesco, lo antisocial y la sátira política de una España burguesa y desengañada.
El entorno de todos los picarescos, es significativo, los personajes que giran a su alrededor tienen esa esencia derruida, infeliz, amargada, fraudulenta; como lo son el ciego, el clérigo avaro, el bulero (en el Lazarillo); los diablos descritos en el Cojuelo, como “Cienllamas”, “Chispa” y “Redina”, así como el “Güésped" y demás nobles en esta misma obra. El aire festivo se presenta en la marcada costumbre carnavalesca, con el recorrido de Cleofás y el Cojuelo presentado en trancos; los andares de Lazarillo y El Buscón, que hacen pensar que habitan en una tierra de nadie y sin esperanzas.
La lesión filosófica y espiritual en las novelas picarescas envuelve las atmósferas de una España que ha dejado de creer y desmitifica al imperio poderoso. Los pícaros representan el reflejo inconcebible en el brillo del oro español.
Fecha de publicación: Enero de 2006 |