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Número:44 | Fecha: Enero 2006
 




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• 4 de cada 10 niños pobres trabajan desde los 12 años de edad
• Miles de ellos enfrentan abuso sexual, maltrato y falta de educación en casas ajenas

Trabajo doméstico infantil, explotación a favor de la ignorancia

 

 

Claudia Adita Ruiz
Fotos: Nancy Martínez y Froylán Jiménez

En muchos lugares del mundo el trabajo doméstico infantil es considerado como una de las peores formas laborales, sobre todo porque pone en riesgo su vida y lo aleja de su formación educativa. En México, este fenómeno todavía no es visible y tampoco es tomado en cuenta por las autoridades u otras organizaciones que dicen defender a la infancia.

Con ese antecedente la organización civil Thaís, realizó una investigación de campo para descubrir bajo qué condiciones laboran niñas u adolescentes que se ocupan de la actividad doméstica, y las consecuencias que conlleva emplear a los menores de edad en estas tareas.

Mediante este estudio se concluyó que en México trabajan 3 millones de niños, de los cuales 40 mil son trabajadores domésticos en casas ajenas. Además, el 68 por ciento de las niñas que trabajan, lo hacen en el servicio doméstico.

Señala que 4 de cada 10 niñas pobres trabajan desde los 12 años de edad, y gran parte abandonan la educación básica para dedicarse a esta actividad. Pero además, este tipo de labor es potencialmente peligrosa, porque muchas de estas menores son objeto de abuso sexual o explotadas con jornadas extremas y pagos mínimos.

Norma Barreiro, consultora de la organización, señala que la propuesta “es que la Ley Federal del Trabajo establezca la prohibición de que los menores de 16 años hagan labores domésticas en hogares de terceros, y que de los 16 a los 18 años tengan adecuadas condiciones de trabajo, además de que las autoridades lo incluyan entre sus planes de acción", explicó.

El antecedente es claro: En América Latina casi 2 millones de niñas están empleadas en el servicio doméstico. Al igual que otros millones de niños en el mundo, trabajan en casas de terceros, ocultos, detrás de puertas cerradas y por ello dejan de ir a la escuela, enfrentan condiciones de explotación y pierden su infancia.

Lamentablemente en nuestro país no hay indicadores exactos al respecto. “En el tema de los menores de edad se imponen modas, de repente todo mundo habla de los niños de la calle, indígenas o con discapacidad. En el caso del trabajo infantil, es el rubro que permanece más oculto”, dice Claudia Vázquez Ortuño, investigadora de Thaís.

A pesar de la importancia del estudio en mención, su realización no fue fácil, pues la población con la que se trabajó es de difícil contacto a diferencia de otros sectores, como los niños jornaleros o de la calle que son muy visibles, pero el de las niñas del servicio doméstico no.

Fiesta de domingo

Caminan juntas, siempre en grupos de tres o cuatro. Sonríen mientras comparten un helado, el refresco y el antojo de la tarde. Es su paseo dominical, donde se lucen las mejores ropas, se encuentran con el novio en turno, con las amigas y bailan hasta entrada la noche, en los parques más concurridos de la Ciudad de México.

Albina, borra de pronto su sonrisa cuando se le pregunta sobre sus actividades. “Trabajo en una casa, me tratan bien, ya tengo cinco años con la señora, comencé a los 15”.
Se sonroja y evade la mirada mientras cambia nerviosamente su bolso de una mano a otra. Sí —dice contundente—, sí quiero terminar la secundaria pero no sé todavía cómo”.

Debemos caminar rápido mientras platica, no le gusta que le pregunten y trata de huir, dice que tiene prisa porque debe regresar a su trabajo y ya no da tiempo de agradecerle sus respuestas.

Provienen de Veracruz, Oaxaca, Guerrero y Puebla, principalmente. No hay una cifra exacta del número de migrantes que llegan cada año a la ciudad de México y que se integran a trabajos domésticos, pero datos oficiales señalan que más cien mil de ellas residen en otra entidad o fuera del país.

En medio de la fiesta que se organiza los fines de semana en el parque, niñas como Miriam no ocultan su orgullo de trabajar en casas de terceros, aunque con ello tengan que abandonar la escuela. “Envío dinero a mi familia de Veracruz. La señora sí me deja estudiar, pero yo ya no quiero”.

La Constitución y la legislación laboral mexicana las llama trabajadoras domésticas, sin embargo ese término ha generado polémica entre las propias empleadas. Hace cinco años se llevó a cabo una campaña para la dignificación del trabajo doméstico; ésta abarcó la búsqueda de un nombre propio.

En una consulta a más de 2 mil mujeres, principalmente, aunque también hay varones, ganó el término empleada del hogar, sin embargo, Mary Goldsmith Connelly, investigadora sobre el tema desde hace tres décadas, señala que dicho nombre tiende a disfrazar su estatus como trabajadora y el carácter económico de estas actividades.

La académica de la Universidad Autónoma Metropolitana hace hincapié en el problema de los infantes que se dedican a las labores del hogar. “No es exclusivo de México, sucede lo mismo en otros países, lo lamentable es que es un tema que permanece oculto y nadie hace un diagnóstico de la situación o un programa para prevenirlo”.

Explotación en privado

Un estudio de la organización no gubernamental Defensa de los Niños Internacional (DNI), con estatus consultivo ante el Consejo Económico y Social de la ONU, y la Organización Internacional del Trabajo (OIT), reveló que la situación de más de 200 mil niñas en Centroamérica y México es alarmante, pues el servicio doméstico les corta las posibilidades de tener una buena calidad de vida en el futuro.

Al respecto, Fabiola Bernal, representante de la organización internacional, aseguró que el trabajo en casas es mucho más problemático de lo que ofrecen las estadísticas, pues al desarrollarse en el ámbito privado de las familias su medición real es muy difícil.

Con base en la historia de varias niñas, los investigadores identificaron puntos comunes en la región. Sin importar el país, resaltaron que la pobreza es el factor que más influye para que cambie la vida de una niña, abandone sus estudios y empiece a trabajar en condiciones de explotación.

Según la OIT, el trabajo infantil es aquel que priva a los niños de su infancia y dignidad, les impide que accedan a la educación y adquieran calificaciones, se desarrolla en condiciones deplorables y perjudiciales para la salud y sano desarrollo del niño.

Los menores empleados en el servicio doméstico, según este organismo, constituyen uno de los grupos más vulnerables de trabajadores infantiles; sus condiciones, que usualmente involucran largas jornadas desempeñadas detrás de puertas cerradas, ocultos en la privacidad del hogar de otras personas, dificultan los esfuerzos por brindarles protección contra abusos y explotación.

“Disponen de un acceso limitado a la educación y carecen de tiempo para jugar. Con una remuneración escasa o nula, y con pocos mecanismos de protección recogidos en la legislación, se trata de un grupo altamente vulnerable que pasa casi totalmente inadvertido”, dice la OIT en Los niños invisibles, un folleto que explica la situación de este grupo.

Investigaciones de este tipo son el único marco referencial con lo que trabajó la organización Tahís, pues en México no hay ningún antecedente de estudios al respecto, menos aun cuando se habla del tema de jóvenes.

“Es una población con muchos miedos, es tímida al contacto, no permite el acercamiento. Fuimos a la Alameda Central pensando que sería más fácil contactarlas en un punto de reunión muy común, pero tuvimos que pelear también contra la burocracia de la Delegación Cuauhtémoc para colocar nuestro stand”.

Claudia Vázquez señala que el marco teórico se realizó con referencias bibliográficas de la OIT. “Lo del trabajo infantil es algo nuevo, pero en América Latina, naciones como Paraguay, Costa Rica, Honduras, ya tienen estudios mientras que nuestro país no tiene nada serio”.

Desatención gubernamental

Datos del Instituto Nacional de Geografía Estadística e Informática (INEGI), refieren que de los infantes mexicanos que realizan trabajo doméstico, 8 de cada 10 son mujeres. Y esto en realidad refleja un problema también de género.

Según Thaís, en el 2002 había 3.3 millones de niños y niñas entre los 6 y catorce años que estaban trabajando. De los cuales, más de la mitad realizaban trabajo doméstico.

Como referencia, la mayoría de las empleadas del hogar tienen entre 12 y 17 años, “pero hay estudios en América Latina, por ejemplo en Venezuela, donde el 25 por ciento de las empleadas ingresó antes de cumplir 10 años”, añade Claudia Ortuño.

Además, muchas de las niñas no reciben pago alguno debido a que sus ingresos son entregados a la persona que les ayudó a conseguir el empleo o a sus padres, tienen poco o nulo contacto con sus familias, no tienen tareas específicas ni horarios de jornada laboral, y la alimentación y el alojamiento se realiza de forma diferenciada a las de los miembros de la familia empleadora.

Norma Barreiro insiste en que esto hace del trabajo doméstico infantil una forma de explotación que es desatendida en la actualidad por las instituciones del gobierno.

Por su parte Angélica de la Peña, presidenta de la Comisión Especial de la Niñez, Adolescencia y Familia en la Cámara de Diputados, coincide al señalar que el trabajo doméstico infantil es invisible ante los ojos de los empleadores, de las autoridades y de la misma sociedad, que la considera una actividad normal en la que se enseña al niño a tener algún desempeño remunerado.

“Es un problema cultural, desde que vemos que en las zonas más pobres del país los padres de familia dan a sus hijos e hijas a otras personas para que se los lleven a trabajar a las ciudades como empleados domésticos, pese a que puede ser un gancho para explotarlos en el comercio o el turismo sexual y de que tal vez nunca regresen a sus comunidades”, destacó.

Con ella coincide la investigadora Mary Goldsmith. “Si hoy en día se habla tanto del abuso sexual en general, es más alarmante cuando se habla de niños que viven solos en casas ajenas”.

Goldsmith y de la Peña hicieron ver que es preciso que el legislativo aborde en profundidad esta problemática, ya que se tienen que hacer reformas para castigar todas las formas de esclavitud moderna y frenar el trabajo que dañe la salud, educación, seguridad o la moralidad de los niños.

Según las entrevistadas, en algunos casos estas niñas se utilizan como la primera pareja sexual de los hijos de la familia, sobre todo porque ellas no tienen muy claro lo qué deben hacer, y en ocasiones terminan embarazadas.

Educar con la explotación

Para las jóvenes que trabajan en hogares ajenos las promesas de estudiar o de tener un trabajo digno, termina en explotación y sin reconocimiento. “Las adolescentes son más invisibles que las demás empleadas del hogar en general”, señala la experta Mary Goldsmith Connelly.

La académica añade que de acuerdo a datos de las propias trabajadoras, las personas que tienen las peores condiciones laborales son las adolescentes, mujeres menores de 18 años, quienes —contra toda ley laboral— trabajan más de las 48 horas semanales que se marcan para un adulto.

Remarca que, como en otros países, en el nuestro no hay instancias legales que impidan o vigilen las labores domésticas del infante. “No es suficiente con prohibir el trabajo, se necesitan estrategias para que las familias no tengan la necesidad de enviar a los niños a las ciudades, es decir, que los padres tengan una ocupación y salarios dignos”.

Aunque Goldsmith reconoce que en este grupo también hay casos de éxito, de aquellos que pudieron estudiar y cambiar su vida, la mayoría se pierde de la instrucción. “Su fruto: enfrentar un mercado laboral con menos opciones y bajos salarios”.

La solución no parece sencilla. Mientras que a las autoridades se exige prohibir o por lo menos vigilar el trabajo infantil, la legislación no apoya para ello. Por su parte, el empleador se niega a cumplir con la Ley Federal del Trabajo, para que los niños no tengan jornadas mayores a seis horas, con un salario digno, sin maltrato, vacaciones, días libres y otorgar un espacio para el estudio; nadie puede obligarlo mientras no se reconozca el papel del trabajador.

A pesar que la Constitución marca que la educación es gratuita y obligatoria para todos los mexicanos, la realidad nos insiste en ser una ficción y nos recuerda que el país sigue teniendo ciudadanos de primera y de segunda categoría.

Recuadro

El rezago educativo se fomenta desde las aulas

Jaime Guerrero

México tiene más de un millón de personas que se dedican al trabajo doméstico. De ellas, 15 de cada cien son analfabetas; es decir, 174 mil 881 no saben leer y escribir. Según el INEGI. Aquellas que han asistido a la escuela tienen un grado escolar de (quinto año de educación primaria), promedio menor al registrado nacional de las mujeres económicamente activas que en su mayoría cuentan con secundaria.

Aun cuando gran porcentaje de las niñas que trabaja lo hace en el servicio doméstico, no hay un programa de parte de la Secretarías de Educación y Trabajo para dotarlas de educación.

Lo más cercano a ello, son los módulos educativos y de capacitación que difunde el Instituto Nacional para la Educación de los Adultos (INEA).

Sara Elena Mendoza, subdirectora de Contenidos Diversificados en la Dirección Académica señala a El Periódico del Magisterio que desde hace año y medio este instituto trabaja con las empleadas del hogar, a partir de un proyecto institucional que desarrolló el gabinete de Desarrollo Social del gobierno federal.

“El programa ‘Valora’ está destinado a promover la valoración del trabajo doméstico, que es un trabajo invisible y no reconocido. Allí el Consejo Nacional para la Vida y el Trabajo (Conevyt) y el INEA se incorporaron con el fin de apoyar en la tareas educativas en el sector”.

A través de las plazas comunitarias, dice la funcionaria, se informa a las empleadas sobre diversos servicios para su beneficio: ahorro, seguridad social, salud y educación y aunque reconoce que en el empleo doméstico destacan las condiciones de explotación, violencia sexual e inseguridad, sobre todo para las niñas, lamentablemente, el INEA no trabaja con menores de 15 años.

Señala que conoce los problemas de analfabetismo de este sector, pues todos a quienes atiende esta institución tienen algún grado de rezago en cuanto al acceso a la educación básica que se supone obligatoria en este país, pero los menores de 15 años deben incorporarse al sistema regular de educación.”

La realidad del rezago está a la vista: De cada 100 trabajadoras domésticas remuneradas, 16 no cuentan con instrucción formal; 65 tienen estudios básicos incompletos (algún grado en primaria o secundaria) y 15 terminaron la secundaria.

El problema dice, también está en las aulas. “El magisterio tiene una gran tarea con la población que atiende en el sistema escolarizado, pues quienes llegan al INEA son personas que ingresaron alguna vez a la escuela pero fueron literalmente expulsadas por varias razones que incluso tienen que ver con las exigencias del propio sistema escolar”.

Por eso remarca que el magisterio debe crear conciencia para evitar la exclusión de los educandos.

En coordinación con el Instituto Nacional de las Mujeres, se promueve el programa “Tu casa, mi empleo”, que pretende que todas aquellas empleadas domésticas que no cuentan con estudios básicos, reciban apoyo para culminar la instrucción primaria y secundaria, dijo.

La finalidad es invitar a los trabajadores a terminar su educación básica en una Plaza Comunitaria, además de recibir capacitación, el cual les permitirá obtener un certificado en las habilidades de servicios generales de limpieza, en lavado y planchado.

Estas estrategias, manifestó Elena Mendoza, están garantizadas más allá del foxismo. “Por ser institucional es algo que perdurará, pues la misma gente propugnará por su permanencia”.

Es un modelo que se inició desde el sexenio anterior, ahora se retomó e impulsó, ya se han visto sus ventajas, virtudes y que ya se usa en todo el país. Sabemos que este tipo de actividades perdurarán más allá de los gobiernos”.

“Tu casa es mi casa”, está alcanzando aproximadamente a 200 mil personas al año, señala y ya se está ejecutando en todo el país.

Fecha de publicación: Enero de 2006

 


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